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Sé que algunos de vosotros la conocéis, a veces en post comentamos cosas de nuestros gatos, pero le debo un homenaje especial. Me gustaría que la conocieseis más, hoy quiero hablaros de mi amiga Livia.
Sus orígenes son totalmente “callejeriles”, hija de una gata callejera a quien alguien le permitió parir en su jardín y después ayudó a criar a su camada, hasta que esta fue entregada en adopción.
Desde el día en que desde la jaula de una tienda de animales, me eligió con sus hermosos ojos almendrados y ambarinos, supe que había elegido como amiga.
Desde el mismo momento que llegó a casa dio muestras de su carácter sociable, valiente, cariñoso y seguro. Paseó por la casa y patio si ningún tipo de inquietud como si siempre hubiese sido su hogar, eligió su sillón favorito, ronroneo en mi regazo como si nos conociésemos de toda la vida; e intento hacer amigos con los viejos inquilinos gatunos. En una hora había dado su conformidad a su nueva vida.
Ignorada por mi gata Corin (que debió considerar la actividad frenética de la chiquitina como algo inaceptable en su honorable ancianidad), fue adoptada, protegida e instruida por mi macho, Rufus. Bajo su amparo, protección y amor, Livia se convirtió, durante una infancia y adolescencia sin sobresaltos, en una “jovencita” inusualmente sana, física y psicológicamente.
Puedo afirmar que los gatos pueden amar. Rufus y Livia se amaban. Se convirtieron en inseparable. Juntos jugaban, cazaban, se paseaba y dormían. Se regalaban toda clase de caricias, lametones, abrazos y ronroneos. A veces pienso que se decían ternezas.
Su primer celo fue tan discreto como ella misma, ningún síntoma, como si no lo hubiese tenido. Esta claro que lo tuvo. Con apenas un año Livia fue madre, y fue madre ejemplar. Entregada, tierna, atenta y vigilante, anteponía su bienestar y comodidad, a la seguridad de sus cachorros
Como cualquier madre se llevó sus quebraderos de cabeza cuando los pequeños comenzaron a hacerse autónomos, a tomar sus propias decisiones y a investigar el mundo. Allí estaba ella, inquieta, preocupada pero siempre vigilando los avances de sus pequeños, y si consideraba que alguna de sus aventuras era temeraria para su edad, allí continuaba ella para imponer su autoridad materna, una buena regañina y un “todos pá dentro, ya veremos si en unos días estáis preparados”.
Las gatas dejan de responsabilizarse de sus crías en cuanto entran en un nuevo celo, supongo que cuando las crías tienen cuatro o cinco meses. La naturaleza impone sus reglas.
El hombre en su prepotencia y quizás para justificarse ciertos comportamientos, le cuesta aceptar que un animal desarrolle cierto tipo de sentimientos. Revindico el sentimiento maternal en las gatas, en algún sentido parecido al humano. Los hijos de Livia tienen nueve meses, son gatos casi adultos, pero Livia continua ejerciendo de madre, de madre de seres adultos, pero madre, de forma similar a como lo hacen nuestras madres con nosotros. Continua dándoles cariños, los lame y acaricia, revisa y perfecciona su higiene, haciendo especial hincapié en cara y orejas, y si alguno se le intenta resistir, un gruñido es suficiente para recordarles quien es la madre.
Aunque mas relajada, ya confía mas en el sentido común de sus hijos, continua vigilando sus correrías, sus juegos locos y las invasiones de gatos intrusos. Con frecuencia la veo apostada en actitud vigilante en el tejado de la casa, encima de la moto, de la valla o de cualquier altura; mientras las crías confiadas se entregan a la alegría de vivir propia de la juventud.
Las que sois madres ¿no actuáis así en las diferentes edades de vuestro hijos?
Livia es una criatura hermosa, de pelaje tricolor bien definido, de esqueleto fuerte pero elegante , cabeza pequeña y cara fina, ligeramente en cuña como los gatos orientales. Sus ojos son como almendras de ámbar, con una hermosa mirada inteligente, limpia. Todo ello le da un halo aristocrático que para sí desearían muchos congéneres de pedigrí relumbrón y hundidos en medallas.
Pero lo mas hermoso de ella es su carácter afortunadamente equilibrado, sin duda el mejor legado que le dejó Rufus. Su fuerte personalidad, seguridad en si misma, valentía y control sobre su entorno; se complementan felizmente con su capacidad de adivinar mis estados emocionales, con su afectividad y sociabilidad no exenta de prudencia. Nunca ruega pero jamás es altanera. Su elegante serenidad es contagiosa
Dicen los especialistas en comportamiento animal, enólogos, que nuestros gatos nos ven como padres, como sus protectores y suministradores de alimento, porque en el proceso de domesticación, y más si es una mascota única, no llegan a alcanzar el estado de madurez psicológica de un animal adulto.
Nunca podría referirme a Livia como “mi niña”, “mi chiquitina” u otros términos cariñosos y maternales con los que con frecuencia nos referimos a nuestras mascotas. Estoy segura que a ella no le gustaría.
Livia es una gata física y psicológicamente adulta y muy madura. Ella no me pertenece, no soy su dueña. Tampoco yo la pertenezco, nunca ha intentado esas tretas “tiránicas” tan frecuentes en los gatos (ya sabéis, “yo soy su dueño pero el que manda es él )
Nuestro mutuo afecto y respeto se basan en una relación de igualdad y amistad, por eso me resulta especialmente querida .En un entorno de complicidad como nunca había sentido con un animal, hemos compartido vivencias tristes, la pérdida de nuestro amado Rufus, y otras tan felices como su maternidad.
Mi querida Livia, siempre seremos amigas.
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PS (algunos de vosotros sabeis lo que sentian por Rufus. El gato enorme de las primeras fotos es el, Es la primera vez que rebusco en sus fotos,despues de meses, y me he sentido fatal)