Cuando naciste me enamoré de ti. Profundamente, me calaste hasta los huesos, te quise nada más verte. Eras una especie de ratita inquieta de color amarillo. Ya desde entonces tenías que olisquear todo lo que te rodeaba y casi habías perdido el miedo a nosotros, los monstruos grandes que te daban cariño.
Me asomé al arrearte y nada más verte crucé los dedos para que la hermana pequeña, a la que había que darle el gusto de elegir, no se hubiera percatado de que eras el gato más bonito del mundo. Mira que he visto gatos preciosos a lo largo de estos casi 20 años pero creo que ninguno ha sido nunca tan bonito como tú.
Y no sé cómo pasó, no sé cómo no pudo enamorarse también de todo tu ser, supongo que ella sintió el mismo vínculo con la pequeña Chispa, que dijo: Para mi el negro, para ti el amarillo.
Te cogí entre mis brazos y te abracé fuerte. Temblabas un poco, pero pronto te acostumbraste a mí. Desde ese momento me juré protegerte como a lo más sagrado. Me prometí a mi misma que no dejaría que te pasara nunca nada malo. Pero supongo que hay cosas que no se pueden prometer.
Llegaste a casa en una caja de bizcochos Sancho Panza, eras un remolino de curiosidad y cariño. Un ratoncillo cabezón de ojos azules. Una razón más para no hacer ni puto caso a los exámenes finales de tercero y pasarme la tarde sentada en el patio acariciándote o jugando a cazar la cuerda.
Tu sola presencia me hacía feliz. Me levantaba por las mañanas deseando verte. Me acostaba sólo cuando te había dado el beso y el achuchón de buenas noches. Y así todos los días. Un domingo por la mañana te perdiste y revolucionaste todo el corral. Horas después apareciste detrás del sillón con ojos de dormido y cara de tranquilidad. Fue el primer susto que me diste y no iba a ser el último.
El tiempo pasó y tus ojos azules se volvieron verdes y tu lomo pelirrojo. Te hiciste grande cuando yo aún era casi una niña y empezaron a nacer gatitos amarillos por la zona meses después de que te fueras de putigatas. Eras la envidia de todos, tan guapo y tan grande, todo un león.
Desaparecías por horas, incluso a veces por días y empezaste a volver todo arañado y sucio. Cada vez que te ibas salía a buscarte o te esperaba sentada en el umbral como una madre incapaz de dormir porque es tarde y la niña no ha vuelto. Pero siempre volvías, hecho un puto asco por supuesto, para tumbarte a mi lado y alegrarme el día.
Eras la mejor evasión ante cualquier problema. Me parece increíble que haya gente que piense que los gatos no sois animales cariñosos, como se nota que no te conocían. Verte venir como un torito y tenerte sobre mi regazo durante horas parecía la solución a todo. Oirte ronronear despertaba en mi estómago un cosquilleo similar al que se siente cuando uno se enamora.
Porque ya te lo he dicho, me enamoré de ti. Y sigo enamorada, pequeño, porque durante cinco años me has alegrado la vida como nada lo ha hecho. Siempre desee tenerte y cuando lo hice me demostraste que efectivamente valía la pena. Y sigo empeñada en que tienes que volver a casa o volverme loca, porque estoy demasiado acostumbrada a tu cariño.
Te has marchado, no sé a dónde, y por más que busco no te puedo encontrar. Ni siquiera he podido despedirme de ti. Ni siquiera he podido decirte todo esto. Ni siquiera puedo decirte cuánto te quiero y recibir una caricia, cabeza con cabeza, de tu parte. Es la forma que tienen los gatos de decir Te quiero y Yo también. Massi se pasaba la vida cogiendo carrerilla y estampándose contra los muebles, por si no quedaba del todo claro el sentimiento.
Te necesito más que nunca, eres lo único que necesito ahora mismo, un miau o un cabezazo bestia de los tuyos, o servirte de sillón para la siesta. Alguien me dijo que si la reencarnación existe, tú volverás a nacer convertido en el chico más guapo del mundo, en un príncipe rubio de ojos verdes…
Pero es que para mi ya lo eras, mi principito rubio caído del cielo, el mejor regalo para un piloto perdido… Ahora eres esencial, eres invisible a los ojos.
Te quiero.
Me asomé al arrearte y nada más verte crucé los dedos para que la hermana pequeña, a la que había que darle el gusto de elegir, no se hubiera percatado de que eras el gato más bonito del mundo. Mira que he visto gatos preciosos a lo largo de estos casi 20 años pero creo que ninguno ha sido nunca tan bonito como tú.
Y no sé cómo pasó, no sé cómo no pudo enamorarse también de todo tu ser, supongo que ella sintió el mismo vínculo con la pequeña Chispa, que dijo: Para mi el negro, para ti el amarillo.
Te cogí entre mis brazos y te abracé fuerte. Temblabas un poco, pero pronto te acostumbraste a mí. Desde ese momento me juré protegerte como a lo más sagrado. Me prometí a mi misma que no dejaría que te pasara nunca nada malo. Pero supongo que hay cosas que no se pueden prometer.
Llegaste a casa en una caja de bizcochos Sancho Panza, eras un remolino de curiosidad y cariño. Un ratoncillo cabezón de ojos azules. Una razón más para no hacer ni puto caso a los exámenes finales de tercero y pasarme la tarde sentada en el patio acariciándote o jugando a cazar la cuerda.
Tu sola presencia me hacía feliz. Me levantaba por las mañanas deseando verte. Me acostaba sólo cuando te había dado el beso y el achuchón de buenas noches. Y así todos los días. Un domingo por la mañana te perdiste y revolucionaste todo el corral. Horas después apareciste detrás del sillón con ojos de dormido y cara de tranquilidad. Fue el primer susto que me diste y no iba a ser el último.
El tiempo pasó y tus ojos azules se volvieron verdes y tu lomo pelirrojo. Te hiciste grande cuando yo aún era casi una niña y empezaron a nacer gatitos amarillos por la zona meses después de que te fueras de putigatas. Eras la envidia de todos, tan guapo y tan grande, todo un león.
Desaparecías por horas, incluso a veces por días y empezaste a volver todo arañado y sucio. Cada vez que te ibas salía a buscarte o te esperaba sentada en el umbral como una madre incapaz de dormir porque es tarde y la niña no ha vuelto. Pero siempre volvías, hecho un puto asco por supuesto, para tumbarte a mi lado y alegrarme el día.
Eras la mejor evasión ante cualquier problema. Me parece increíble que haya gente que piense que los gatos no sois animales cariñosos, como se nota que no te conocían. Verte venir como un torito y tenerte sobre mi regazo durante horas parecía la solución a todo. Oirte ronronear despertaba en mi estómago un cosquilleo similar al que se siente cuando uno se enamora.
Porque ya te lo he dicho, me enamoré de ti. Y sigo enamorada, pequeño, porque durante cinco años me has alegrado la vida como nada lo ha hecho. Siempre desee tenerte y cuando lo hice me demostraste que efectivamente valía la pena. Y sigo empeñada en que tienes que volver a casa o volverme loca, porque estoy demasiado acostumbrada a tu cariño.
Te has marchado, no sé a dónde, y por más que busco no te puedo encontrar. Ni siquiera he podido despedirme de ti. Ni siquiera he podido decirte todo esto. Ni siquiera puedo decirte cuánto te quiero y recibir una caricia, cabeza con cabeza, de tu parte. Es la forma que tienen los gatos de decir Te quiero y Yo también. Massi se pasaba la vida cogiendo carrerilla y estampándose contra los muebles, por si no quedaba del todo claro el sentimiento.
Te necesito más que nunca, eres lo único que necesito ahora mismo, un miau o un cabezazo bestia de los tuyos, o servirte de sillón para la siesta. Alguien me dijo que si la reencarnación existe, tú volverás a nacer convertido en el chico más guapo del mundo, en un príncipe rubio de ojos verdes…
Pero es que para mi ya lo eras, mi principito rubio caído del cielo, el mejor regalo para un piloto perdido… Ahora eres esencial, eres invisible a los ojos.
Te quiero.