Bonito: hoy nos dejaste, partiste hacia un estado superior donde nos encontraremos algún día. Espero ser merecedor de ese privilegio.
Tu madre te trajo hace muchos años junto con tus tres hermanos, eras el más inquieto, tratamos que los adoptaran, solo uno se fue, te quedaste con el resto de la familia, ocupaste la casa y nuestros corazones e hiciste miles de diabluras. Queda Pumita, tu mellizo, solitario guardián de la noche.
No olvidaré jamás tus cabezazos contra mi cara y tu manito apoyada en ella cuando te tenía en brazos como a un bebé, lo dulce que eras con los niños, que podían jugar con vos alegremente, o ese recibimiento afectuoso al veterinario cuando tus compañeros huían despavoridos, o cuando entrabas por la banderola del dormitorio en el medio de la noche. Tus siestas sobre el gato de peluche que heredaste de Milo. Tu pasión por perseguir las palomas. Tu rinotraqueitis crónica desde pequeño que cada tres o cuatro meses nos ponía en vilo durante esa semana de tratamiento y volvías a ser el de siempre, el activo, el dulce, el compañero inseparable, tus rascadas contra el vidrio de la puerta para que te dejaran entrar y luego tus travesías sobre los muebles con algunos destrozos incluidos. Todos te aceptaban, podías dormir junto a cualquiera y encima de cualquiera, hasta de los más quisquillosos, ganabas por cansancio, te salías siempre con las tuya. Nunca dormías solo, buscabas una almohada en otro gato.
Tus gestos, tus ojos brillantes y esa carita simpática que parecía estar siempre planeando alguna travesura. No hubo visitante a quién no dejaras algunos pelos rubios en su ropa mientras dormitabas en su falda, todos te querían, nada te asustaba.
Recuerdo esos dos días arriba de un pino maullando desconsolado hasta que subí a auxiliarte, y al llegar casi a la copa bajaste alegremente dejándome enredado entre las ramas. Volví hecho hilachas y vos comiendo tranquilamente por esos días de ayuno en las alturas. Eras un terremoto hecho gato.
Tus compañeros junto a la estufa respetuosamente te dejaron solo para que todo el calor te cobijara en tus últimos momentos, solo Kity, la más anciana, te acompañó.
Es una historia vivida tantas veces, pero siempre duele igual.
Ahora, luego de acompañarte en tu agonía, agotados los esfuerzos para prolongar tu vida terrenal, tu ya delgado envase físico descansa al lado de tantos compañeros para alimentar las plantas y flores, te esencia seguirá flotando encada rincón de la casa.
Solo queda despedirte con un “hasta pronto, amigo mío”.
Tu madre te trajo hace muchos años junto con tus tres hermanos, eras el más inquieto, tratamos que los adoptaran, solo uno se fue, te quedaste con el resto de la familia, ocupaste la casa y nuestros corazones e hiciste miles de diabluras. Queda Pumita, tu mellizo, solitario guardián de la noche.
No olvidaré jamás tus cabezazos contra mi cara y tu manito apoyada en ella cuando te tenía en brazos como a un bebé, lo dulce que eras con los niños, que podían jugar con vos alegremente, o ese recibimiento afectuoso al veterinario cuando tus compañeros huían despavoridos, o cuando entrabas por la banderola del dormitorio en el medio de la noche. Tus siestas sobre el gato de peluche que heredaste de Milo. Tu pasión por perseguir las palomas. Tu rinotraqueitis crónica desde pequeño que cada tres o cuatro meses nos ponía en vilo durante esa semana de tratamiento y volvías a ser el de siempre, el activo, el dulce, el compañero inseparable, tus rascadas contra el vidrio de la puerta para que te dejaran entrar y luego tus travesías sobre los muebles con algunos destrozos incluidos. Todos te aceptaban, podías dormir junto a cualquiera y encima de cualquiera, hasta de los más quisquillosos, ganabas por cansancio, te salías siempre con las tuya. Nunca dormías solo, buscabas una almohada en otro gato.
Tus gestos, tus ojos brillantes y esa carita simpática que parecía estar siempre planeando alguna travesura. No hubo visitante a quién no dejaras algunos pelos rubios en su ropa mientras dormitabas en su falda, todos te querían, nada te asustaba.
Recuerdo esos dos días arriba de un pino maullando desconsolado hasta que subí a auxiliarte, y al llegar casi a la copa bajaste alegremente dejándome enredado entre las ramas. Volví hecho hilachas y vos comiendo tranquilamente por esos días de ayuno en las alturas. Eras un terremoto hecho gato.
Tus compañeros junto a la estufa respetuosamente te dejaron solo para que todo el calor te cobijara en tus últimos momentos, solo Kity, la más anciana, te acompañó.
Es una historia vivida tantas veces, pero siempre duele igual.
Ahora, luego de acompañarte en tu agonía, agotados los esfuerzos para prolongar tu vida terrenal, tu ya delgado envase físico descansa al lado de tantos compañeros para alimentar las plantas y flores, te esencia seguirá flotando encada rincón de la casa.
Solo queda despedirte con un “hasta pronto, amigo mío”.